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18 de septiembre de 2025

Bariloche: se inauguró el Museo Malvinas, Antártida y Atlántico Sur

Antonio Mauad evoca un episodio del conflicto bélico y resalta el significado del acto inaugural en Bariloche.

Valió la pena estar presente”, dice el comodoro retirado Antonio Mauad, refiriéndose a la inauguración, en Bariloche, del Museo Malvinas, Antártida y Atlántico Sur, en lo que define como: “Uno de los actos más lindos que me tocó vivir”.

“Como excombatiente, como piloto de bombardero nocturno con un avión Canberra de origen inglés —sufrimos el derribo de dos de los diez que teníamos—, me sentí orgulloso”, expresa quien recientemente tuvo un paso breve como director del Servicio Meteorológico Nacional.   

“Ver cómo el pueblo barilochense se acercó con tanto cariño, me lleva a pensar que el monumento y el museo no podrían estar en un lugar mejor”, añade Mauad, oriundo de Buenos Aires.

A la hora de recordar momentos vividos durante el conflicto bélico de 1982, evoca: “El 1º de mayo, día del bautismo de fuego de la Fuerza Aérea, perdimos a un Canberra y dos compañeros en un ataque. Entonces entendimos que, con un avión tan grande y sin defensa —por ser un bombardero puro—, iba a ser imposible atacar buques. A partir de ahí, el Canberra solo hizo vuelos de exploración y reconocimiento”. 

Y sigue: “Para nosotros, esa tarea no era suficiente; necesitábamos hacer más. El desembarco de los británicos en Puerto San Carlos fue decisivo para impulsarnos a llevar a cabo algo que nunca habíamos imaginado. Empezamos a realizar vuelos nocturnos rasantes sobre el mar, para poder atacar a baja altura en tierra. Cada avión cargaba cinco bombas de mil libras cada una, con una capacidad de destrucción de una hectárea”.

“La gran paradoja de esa parte de la guerra fue que, con aviones y bombas fabricadas en la mismísima Inglaterra, no dejábamos que los británicos durmieran de noche, porque el Canberra atacó todas las noches”, resalta, para luego indicar: “Tal fue la sorpresa de los ataques nocturnos que los ingleses pusieron en alerta a sus barcos y aviones desde la tarde hasta el amanecer, para interceptar nuestros raids (incursiones militares)”.

Mauad rememora palabras vertidas por un oficial inglés durante una entrevista. El británico señaló: “Debíamos mantener la alerta durante toda la noche e intentar atrapar a uno de los aviones argentinos Canberra, ya que representaban la mayor amenaza para las tropas en tierra”. Tales expresiones pertenecen a Charles Cantan, y revalorizan lo efectuado en aquellos ataques nocturnos. En tal sentido, Mauad comenta que, precisamente, ese británico lo persiguió la noche del 5 de junio de 1982. “Aquella vez nos habían dado la orden de atacar. Salimos dos Canberras, pero los ingleses nos estaban esperando y nos tiraron dos misiles desde una fragata; el que iba delante del mío advirtió eso e inició un viraje sin previo aviso, y por la estela de la turbulencia mi avión entró en tirabuzón. Cuando logré salir de esa situación, noté que tenía un motor plantado”, recuerda, para continuar: “En ese momento, nos avisaron desde el radar que un Harrier había despegado del portaaviones para interceptarnos. Cuando pensamos que el problema era salir del tirabuzón, de repente teníamos dos problemas más… escapar y sobrevivir mientras lo hacíamos. Para hacer lo primero, al tener un motor plantado, las posibilidades se reducían dramáticamente. Así que eyecté los tanques y, en vez de ir hacia el continente, pusimos rumbo a la Antártida y volamos hacia allá durante tres minutos, que son aproximadamente veintisiete millas, alejándome de la zona de ataque del Harrier”.

“Escapamos, pero quedamos en el medio de la nada y teníamos que regresar. Las opciones que teníamos para hacerlo eran ir a Malvinas —y eyectarnos allí— o intentar volver a Río Gallegos con un solo motor”, cuenta, detallando que, finalmente, optaron por la segunda posibilidad.

“El vuelo de regreso fue tranquilo, sin sobresaltos, pero la noche todavía nos tenía algo más. El aterrizaje resultó complicado por el hecho de contar con un solo motor, y el avión terminó fuera de la pista, a metros de unos cables de alta tensión. Eran las cinco de la mañana, pero aquella fue una noche que duró cien años”, metaforiza. 

“Luego de bajar del avión y dar gracias por estar vivos, nos comimos un choripán y tomamos una cerveza. Fue un premio de la vida o un lujo en ese contexto. Eran tantas las emociones que pensaba en nada y en todo a la vez”, remarca.  “A veces, con Raúl Acosta, el navegador que me acompañó esa noche, recordamos aquello y decimos: ‘¿Te das cuenta dónde fuimos? ¿A quién se le ocurre que con el avión así podíamos escapar? Nos íbamos a la Antártida, a la noche, sobre el mar, con frío, en el medio de la nada...’”, narra.

Más allá del recuerdo de aquella proeza, volviendo a lo que sintió el 6 de septiembre en Bariloche, cuando se inauguró el Museo Malvinas, Antártida y Atlántico Sur, deja un mensaje para la población rionegrina: “Muchas gracias por tanto afecto”.

 

 

 

El Cordillerano

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