Miércoles 23 de Julio de 2025

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ESPECTÁCULOS Y MÚSICA

23 de julio de 2025

A los 76 años murió Ozzy Osbourne

Como cantante de Black Sabbath y gracias a su carrera solista y a su carisma se convirtió en un ícono de la música heavy y en influencia para decenas de bandas y solistas. Los escándalos, los excesos y los problemas de salud también cimentaron su fama bien ganada.

El momento que nadie quería pero todos venían esperando desde hace al menos cuarenta años, finalmente ocurrió: se murió Ozzy Osbourne. Tenía 76 años y los estragos sufridos por su cuerpo y su mente lo habían convertido muchísimo tiempo antes en un anciano, pero había algo de niño que permanecía obstinadamente en él. Una maldad de mentirita, confabulada con la inocencia y la vulnerabilidad, le había garantizado el amor de millones de fans que acompañaron su decadencia prematura con dosis equivalentes de piedad y admiración. Se lo fue despidiendo de a poco, en cada una de las últimas visitas, en cada canción que sacaba, a sabiendas de que la leyenda ya se había apoderado de sus últimas fuerzas y obraba por él. Ahora que se murió de verdad -o al menos eso dice el comunicado oficial de su familia- es una parte de nosotros mismos, quizás esa que permanece pegada a los recuerdos adolescentes/juveniles, la que parece querer irse con Ozzy. 

El show final de Ozzy Osbourne y Black Sabbath llega a los cines de cine -  FM Hits
Hay un puñado de imágenes que se arrebatan y pugnan por imponerse. Prevalece una de ellas que devuelve el escalofrío de aquel 2013 en el Estadio Unico de La Plata, cuando miles de manos le hacían cuernitos al cielo mientras sonaban los primeros acordes de "Black Sabbath", el himno más oscuro de la historia del rock. Fue una situación de trance colectivo, como si el conjuro invocado por Ozzy, Tony Iommi y Geezer Butler en el comienzo mismo de la banda hubiera tenido efectos reales y concretos. Aquel fue el canto del cisne de Ozzy y de Sabbath, que sonaron mejor que nunca y respaldaron con música de excelencia lo que era, a priori, una autoindulgente cita con la historia. 

Pero hay otra imagen agridulce que se sobreimprime a ese recuerdo. Está fresca la postal porque sucedió hace un par de semanas, cuando Ozzy se despidió definitivamente de su gente y de Black Sabbath, en el estadio del Aston Villa en Birmingham, ante miles de fans en vivo y millones que lo siguieron a través de internet. Ese día apareció sentado en un trono de cuero que reproducía la imagen de un murciélago. Casi no se podía mover ya, pero cantó con su banda solista y después con Sabbath. Después de interpretar como pudo "Paranoid" dijo esto: "Esta fue la última canción. El apoyo de ustedes nos hizo vivir una vida increíble. Muchas gracias desde lo más profundo de nuestros corazones". Esa jornada funcionó precisamente como un "gracias" colectivo, porque antes del cierre estelar hubo una maratón de homenajes sinceros, arriba del escenario, de bandas y solistas como Ron Wood (Rolling Stones) Tom Morello (Rage Against the Machine), Sammy Hagar (Van Halen), Billy Corgan (Smashing Pumpkins), Steven Tyler (Aerosmith), Metallica y los Guns N' Roses, entre muchos otros. 

Ozzy sufría de Mal de Parkinson desde hacía cinco años, aunque esa enfermedad neurodegenerativa fue solo la última de las disfunciones que lo acompañaron a lo largo de sus 76 años. La primera fue una dislexia que de niño lo condenó a ser el objeto de las burlas de sus compañeros de escuela. Ozzy era uno de los seis hermanos que vivían con lo justo junto a sus padres de clase trabajadora en un barrio de la fría, oscura y humeante ciudad de Birmingham. Algo de especial debe haber visto en él su padre que le pronosticó que haría "algo grande en la vida" o terminaría "en la cárcel". Tal vez Ozzy hubiera cumplido solo el último de los pronósticos (antes de los 18 años cayó preso por una serie de hurtos menores y su padre se negó a pagar la fianza), de no haberse ofrecido como cantante -después de haber fallado en los más variados oficios y de haber dejado el colegio a los 15 años- en un volante que llegó a manos del guitarrista Iommi y del baterista Bill Ward.  

La formación de Black Sabbath en 1968 torció la historia de Osbourne y cambió para siempre la del rock. En lo personal/profesional, ese muchacho desgarbado, ciclotímico  y que se llevaba por delante las palabras, encontró su caótico lugar en el mundo. Tenía una voz frágil pero hipnótica que, complementada con la pesadumbre mortuoria de la música creada por el tándem Iommi-Butler, le confería a Sabbath un irresistible aura "del más allá". Si Iommi era el ideólogo del oscurantismo que impregnaba esas canciones al mismo tiempo espesas y melancólicas, era Ozzy el que las "actuaba" con sus movimientos frenéticos y su estética de personaje de cómic.  

Los discos Black Sabbath, Paranoid, Master of Reality, Black Sabbath Vol 4 y Sabbath Bloody Sabbath conformaron una pentalogía imbatible y no superada en la historia del rock pesado. La definición genérica excede largamente al "heavy metal" del que, según la crónica oficial, la banda inglesa fue epítome. Diversas corrientes musicales (la lista de músicos que la homenajearon hace 15 días da cuenta de ello) se alimentaron de la oscuridad creativa de Sabbath. Una oscuridad que también teñía la existencia de sus integrantes, en mayor o menor medida.  

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Pese al éxito, la de Ozzy era una vida rota desde hacía mucho tiempo. El consumo excesivo de drogas y alcohol solo fue apenas su síntoma visible. El carácter errático e imprevisible del cantante resultó demasiado inclusive para gente curtida como Iommi, Butler y Ward, que terminaron echándolo de la banda en 1979. La severa depresión posterior amenazó con terminar para siempre con la carrera de Osbourne que, como en un cuento de hadas, renació de la mano de su segunda esposa, Sharon, a partir de entonces amada por todos los fans por haberlo salvado. Fue ella quien le armó una nueva y brillante banda, lo "limpió" (provisoriamente) y lo puso otra vez en la ruta. 

Ozzy se reinventó (o fue reinventado) subiéndose a una ola que él mismo había promovido sin darse cuenta: la New Wave of British Heavy Metal, que alumbró nombres como Iron Maiden, Judas Priest, Motörhead y Def Leppard, entre otros. Ozzy fue el mejor (al menos en el primer lustro de los '80), el más exitoso de todos y el único que traspasó mediáticamente las barreras del género. Un par de discos notables (Blizzard of Ozz y Diary of a Madman), más alguno que otro muy taquillero, como No More Tears, fueron la base de una fama que se potenció por una serie de condimentos extramusicales. 

La comedia y la tragedia se encadenaron para modelar el "personaje Ozzy Osbourne" que primero compitió con el artista y muy pronto lo superó. El famoso episodio del murciélago transitó otra categoría escénica: el grotesco. En 1982 un fan arrojó un murciélago muerto al escenario y Ozzy lo mordió creyendo que era de utilería. Tuvo que vacunarse contra la rabia (Osbourne). Ese mismo año, un par de meses después, la desgracia volvió a golpearlo con la absurda muerte en un accidente de Randy Rhoads, el joven maravilla que inauguró la saga de héroes de la guitarra que acompañaron a Ozzy en su carrera, desde Jake E. Lee hasta Zakk Wylde. 

Dos años después, un adolescente canadiense de 19 años se suicidó pegándose un tiro. Lo último que había hecho, al parecer, era escuchar la canción "Suicide Solution", del disco Blizzard Of Ozz. Hubo una demanda judicial entablada por el padre del joven y una campaña de demonización (valga la expresión en sentido literal y simbólico) agitada por sectores ultrarreligiosos y por los medios sensacionalistas. Ozzy se defendió argumentando que la canción, dedicada al fallecido cantante de AC/DC Bon Scott, no era una instigación al suicidio sino una obra artística que expresaba un estado de ánimo. La Justicia de los Estados Unidos terminó fallando a su favor pero la leyenda se oscurecía a su alrededor. 

Cada vez que la carrera de Ozzy entró artísticamente en una meseta hubo un golpe de timón que la rescató. Sharon Osbourne, esposa abnegada y heroína del marketing, inventó primero el "Ozzfest", un encuentro que inauguró la interminable serie de homenajes al cantante allá por 1996. Fue un fenómeno de popularidad que reunió a distintas generaciones de rockeros y metaleros unidos por el amor y el reconocimiento a un músico. 

El segundo volantazo, ya en los comienzos de este siglo, fue la creación del reality show protagonizado por la familia (casi) entera del cantante. The Osbournes fue seguramente el mayor hit de Ozzy en su carrera, gracias a su talento innato para hacer estúpidamente de sí mismo y al aporte invalorable de su mujer y de sus hijos. Una familia rockera multimillonaria y extravagante, tan real como inverosímil, en plan Locos Addams. 

Para entonces, Ozzy ya había ingresado en la categoría de inimputable, instancia de la que -como ocurre con el ridículo- no se puede volver. Las noticas sobre el cantante en las últimas dos décadas, más allá del espléndido regreso de Black Sabbath referido en el segundo párrafo de esta nota, estuvieron más atentas a las derivaciones de su mala salud que a su producción artística. Llegó un momento en que ni siquiera estuvo en condiciones de protagonizar escándalos. Ozzy se replegó en su familia y esperó el final. Millones de fans en todo el mundo hubieran preferido algún conjuro del más allá que lo mantuviera vivo indefinidamente, pero Ozzy era, en definitiva, un tipo muy de este mundo, solo que le tocó vivir demasiado intensamente.   

 

 

 

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